martes, septiembre 27, 2005

Amputación

Siempre me ha intrigado ese extraño fenómeno que se produce en algunas personas que sufren la amputación de alguno de sus miembros, cuando sienten comezón o dolor en el brazo o pierna que ya no tienen. Los médicos lo llaman Síndrome del Miembro Fantasma. Según averigüé en internet, este es un efecto colateral indeseable del intento del cerebro por reorganizarse después de una interrupción seria de la información sensorial que recibe del resto del cuerpo

Iba pensando en ello cuando sentí que mi teléfono celular empezó a vibrar. Lo busqué afanosamente, pero no pude encontrarlo. Busqué en el piso, pensando que se me había caído. Miré detrás, delante, a mis costados. No había choro a la vista que me hubiera podido robar el aparato. Cuando ya iniciaba mi segunda revisión del piso, me acordé que había dejado el bendito teléfono en el trabajo.

No tenía el celular. Pero pude sentir nítidamente en la correa de mi pantalón la misma vibración que siento unas quinientas veces al día con las llamadas de trabajo. No cabe duda que estos benditos aparatejos casi han llegado a formar una parte más de nuestro cuerpo. Y en ese momento a mí me habían amputado el celular.

miércoles, septiembre 14, 2005

La dalina y yo

Los fines de semana de aquellos años con los que se iniciaron los noventa no vieron ni por asomo en la canchita de fulbito a ese entonces flaquito que había cambiado el hábito de la pelota matutina por el placer de verla bajar de su nube a través del viejo Panasonic que había en casa.

Lo confieso. Al igual que cantidades industriales de púberes de mi generación, yo estaba perdidamente enamorado de la dalina Almendra Golmeski. "Yo tengo la magia, yo tengo el poder, dentro de mi corazón, dentro de mi corazón...", y daba esa vueltita que hacía alborotar mis, de por sí ya alborotadas, hormonas de trece años.

Poco a poco, el amor por el fulbito, la piscina y mis mataperreras amistades fue cediendo espacio a mis apetitos de "nubetor". El solapado interés inicial se transformó, sin darme cuenta, en un encandilamiento total. No me interesaba en lo absoluto el programa, ni el grántico, pálmani, zum, ni los conos mágicos, ni nada de eso. Sólo la señorita en mención.

No fue poco el tiempo que duró ese idilio unipersonal que me llevó a permanecer tres horas seguidas frente al televisor semanalmente. Hasta que, como todo lo que pasa en la niñez y la adolescencia, un día me olvidé por completo del asunto. Ni siquiera me enteré cuando el programa dejó de ser transmitido.

Pasaron los años y ahora la ex dalina, como ustedes saben, conduce un programa por cable, el cual, por cierto, no había visto. Hace poco, haciendo el clásico zapping de los feriados, me encontré cara a cara con la ahora señora que en su momento me hipnotizara con sus bailecitos en short.

Entonces mi dedo dejó de presionar el control remoto. Allí estaba ella, linda como hace más de diez años, hablando sobre los hábitos de adolescente que tenía en los veranos: "¿Ay, pero quién no se ha bañado en una tina llena de Coca Cola para que le quede bien el bronceado?". Yo cambié de canal.