sábado, marzo 12, 2005

Cuento Trillado

Temprano fue al banco a pagar una armada de la universidad donde acababa de ingresar. Le había agradado el cajero y cuando le dio su cambio intentó, con atrevimiento, tocarle la mano. No lo consiguió. En fin. Para cuando pague la otra pensión será. Su pueril intento de flirt se diluyó inmediatamente cuando el estúpido del guachimán le silbó chabacanamente, sin tacto ni delicadeza. Minutos más tarde, pensando en el anónimo cajero, recorría el camino a la universidad a bordo de una de las innumerables combis que vuelan por la avenida Javier Prado. Cuando bajó en su paradero, el otro estúpido del cobrador le volvió a silbar.

Era el primer día de clases y, desde luego, esos jeans apretadísimos, el polito minúsculo tan pegado al cuerpo y ese caminar de pasarela no pasarían desapercibidos para la masa de cachimbos. Y así, Steven Javier Silva fue, en su primer día de universitario (o universitaria, como prefieran, o para no desilusionarlos del todo), el centro de las bromas pesadas de cuanto adolescente y arlequín estudiante se cruzara en su camino. En el aula, cuando el catedrático Rosas le preguntó su nombre, su voz soltó un "Steven Javier Silva, profesor..." tan afeminado que el salón entero se cagó de risa, con Rosas incluido. Todo esto lo hacía tan distinto, tan irreverentemente distinto, a los demás estudiantes de Administración de la universidad.

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Durante los siguientes diez meses todo siguió igual. Eso no parecía afectar a Steven Javier, quien no se inmutaba con los silbidos o los sarcásticos piropos de los demás estudiantes, que ya formaban parte de su cotidianidad. Cuando un insulto lo molestaba mucho, a lo máximo que atinaba era a lanzar un ¡estúpido! Afeminadísimo que sólo lograba recargar la ametralladora de insultos. Entre los pocos amigos que Steven Javier hizo en esos diez meses, nadie comprendía la razón del estoicismo con que soportaba ese suplicio diario. Y es que el muchachito mide un metro ochenticinco, tiene bíceps anchos y una caja torácica de instructor del Gold Gym. Su padre, meditando al respecto, concluyó magistralmente: "Tremendo manganzón por las huevas..."

Un día de esos, no tiene importancia cuál (todos eran iguales), llegó más temprano que de costumbre a la universidad. Después de dejar su mochila (¡de Garfield!) en el salón y tras recibir su primera dosis de silbiditos y piropos por parte de unos estudiantes boleteados de la juerga de la noche anterior, bajó por un cigarrillo. Recién encendía el mentolado, cuando distinguió que de la ventana más grande del frontis de la universidad ondeaba un sostén negro adornado con piedras, sostenido por los boleteados estudiantes. La misma prenda de vedette que minutos antes había estado discretamente guardada en su mochila (¡de Garfield!). Imposible saber qué hacía allí sin apelar a la suspicacia particular. En ese momento llegaba la gran parte de estudiantes, la gran parte de miradas. Steven Javier corrió a la ventana, recuperó a arañones el trapo, cogió su mochila y desapareció.

Al día siguiente, Steven Javier, inexplicablemente, vestía unos pantalones Filipo Allpi, muy bien entallados, una camisa Cougar (sólo para hombres), su cabello recortado descubría sus hasta ahora desconocidas orejas, y su caminar era poco menos que militar. Su voz también fue parte de esta metamorfosis. Cuando el catedrático Rosas pasó asistencia, al apellido Silva le siguió un "presente, profesor" tan varonil, que todo el salón se quedó cojudo, con Rosas incluido. A partir de ese día y durante los siguientes y radicalmente distintos meses y años, a don Steven Javier Silva lo esperaba una rubia bestial, digna de un concurso de belleza, a la salida de clases. Fin del cuento.

(Casi olvido un detalle, que a la sazón podría resultar interesante. Los estudiantes que llegaron con el tiempo a la universidad nunca pudieron entender la razón por la cual ese manganzón del último ciclo de administración nunca dejaba su mochila... ni para ir al baño.)

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