Es la primera vez que escribo sobre temas políticos en este blog. Si no lo he hecho antes es simplemente porque utilizo este espacio para distraer mi mente del tema con el que precisamente debo alternar día tras día: la política. Pero si me animo a hacerlo en esta ocasión es porque me indigna tremendamente como peruano y periodista la retahíla de irreflexivas y sorprendentes críticas que se han formulado por la posición asumida por el Perú frente a la confirmada entrega de armas por parte de Chile al Ecuador en pleno conflicto con nuestro país en 1995.
Empecemos por el argumento que se ha puesto de moda últimamente: “Pero si esto pasó hace diez años, es un refrito”. Falso. Los únicos que conocían de este tema fueron los presidentes de ese entonces Alberto Fujimori y Eduardo Frei, así como los cancilleres de turno Efraín Goldenberg y José Miguel Insulza. Si bien es cierto el diario La República, prácticamente el único medio independiente junto a El Comercio en ese entonces, denunció este caso, el tema sólo fue visto como una posibilidad, la cual fue negada en todos los idiomas por Fujimori y su par chileno.
Esta información –hoy confirmada por el propio Fujimori desde el Japón en una nueva muestra del cinismo de un prófugo de la justicia– le fue ocultada de manera flagrante al pueblo peruano, so pretexto de evitar mayores complicaciones en momentos que la prioridad era buscar el cese de hostilidades con Ecuador. ¿Acaso este asunto, por su tamaña gravedad, debía permanecer en la nebulosa y desaparecer con unas disculpas privadas y susurradas al oído de un dictador?
Se dice también que el hecho que esto haya sucedido hace diez años le da un carácter extemporáneo al reclamo peruano. ¿Acaso el tiempo tiene una acción reivindicatoria sobre la culpabilidad? ¿El que hayan pasado diez años borra el hecho que esas balas hechas en Chile –¡garante del Protocolo de Río de Janeiro, por el amor de Dios! – hayan atravesado los jóvenes cuerpos de soldados peruanos y ayudado al Ecuador en detrimento de la soberanía de nuestro país?
Quienes critican la posición peruana olvidan que este tema va más allá de sus gustos o antipatías por el Gobierno o el Presidente de turno, pues se trata de una cuestión de Estado, es decir de todos los peruanos. Contrario es lo que sucede en Chile donde, desde el diario La Tercera, afín al Gobierno, y El Mercurio, manejado por la derecha opositora, han cerrado filas en torno a su Cancillería y su Presidente.
También se ha acusado a la Cancillería de utilizar temas de política exterior como éste para distraer de asuntos de orden interno como las acusaciones por la falsificación de firmas de Perú Posible, partido de Gobierno. De esta manera, increíblemente, se hace eco de lo que se señala en Chile.
Quienes incurren en este tipo de señalamientos olvidan que son precisamente ellos quienes, al llevar sus cuestionamientos internos al campo de la política exterior, debilitan la posición peruana, que es defendida por una Cancillería que, contrariamente a lo que sucedía en la época fujimorista, no ha dado muestras de ser usada políticamente.
Ese uso político sí se le dio a la Cancillería durante la gestión de dos diplomáticos que hoy se pasean orondos por los medios de comunicación peruanos, muy olvidadizos para estos casos, como inquisidores de una gestión que es largamente más transparente y digna que la que ellos cumplieron cuando estuvieron en Torre Tagle. Por decoro esos señores deberían guardar silencio.
Para variar, los peruanos deberíamos unirnos en torno a un reclamo por demás justo y que debería ser nacional: que Chile reconozca la falta que cometió contra el Perú y que reedite sus disculpas de manera pública, como debieron ser en su momento. Eso se llama dignidad, no chauvinismo.