Luego de un buen tiempo me subí en un ómnibus. No me ufano de no necesitar el transporte público, del cual sería asiduo usuario de no ser por las facilidades de transporte que me ofrece el trabajo que tengo actualmente. Pero como todo en la vida tiene su final, mejor no me malacostumbro y, de cuando en cuando, subo a la volada a nuestras destartaladas unidades urbanas y bajo “con pie derecho”.
Una pequeña digresión: Una vez en el ómnibus me di cuenta que éste no apestaba a mierda, como lo proclama un blogger a quien estimo mucho, pero con quien discrepo abiertamente sobre este punto.
Pero bueno, ese no es el tema de este post. Estaba sentado al lado del pasillo, viendo como éste se transformaba en un jirón marchante en el que se sucedían niños con caramelos, ex drogadictos, ex pirañitas, ex presidiarios, cojos, ciegos, mudos, cantantes, músicos folclóricos, madres con niños, niños sin madres, desempleados, locos (o al menos buenos imitadores) y hasta un pobre tipo con parte de las vísceras afuera. Esto no tendría absolutamente nada de raro en una ciudad como Lima, de no ser por el singular personaje que subió al ómnibus casi llegando a la avenida Abancay.
“Buenos días, señoras y señores, hermanos del Perú. Les voy a interpretar unas canciones andinas de este hermoso país, aunque
sho no sea peruano. Una de
eshas es el famosísimo `Cóndor pasa´, del que
sho me quedé enamorado, así como he quedado enamorado de esta linda tierra”, dijo un alto y desaliñado colorado, quien, flauta en mano, se dirigió a la sorprendida audiencia con un acento tan gaucho como el de Gardel.
Entre el “Cóndor pasa” y “El leño Verde”, el colorado les contó a los pasajeros que había nacido en Punta del Este, Uruguay, y que era uno de los ex trabajadores del Atlantis Circus que cerró agobiado por las deudas con la Sunat y cuyos dueños, un par de ciudadanos chilenos, habían huido con la poca plata que quedó. El asunto es que el colorado se quedó en la mera calle y con la obligación de mantener tres hijas, una de ellas nacida en el Perú. “
Esha es su compatriota”, dijo con una amable sonrisa en los labios.
Más allá de la interpretación de las melodías, la cual no tuvo nada de extraordinario, el colorado se metió el público al bolsillo, pues su rutina distaba mucho de decir simplemente: “…y como primera canción” y luego pasar la bolsita para que caigan los céntimos. Este urugua
sho vendió su vida como una verdadera historia. No se le puede negar la originalidad de su presentación. Al punto que la gente hasta lo aplaudió cuando terminó su acto.
La despedida no pudo ser mejor pensada: “
Sho decidí quedarme en el Perú, porque la verdad es que en ninguna parte he encontrado gente tan buena como acá. Sé que con la ayuda de esa gente podré salir adelante”. Impecable. En verdad, nunca había visto la bolsa de un flautista callejero tan llena de monedas. El colorado se ganó cada una de ellas.
Al parecer la competencia rioplatense ya no se limitará a nuestra televisión, publicidad y fútbol. Advertidos están mis queridos músicos ambulantes.