sábado, julio 01, 2006

Canciones viejas para el tráfico

Los puentes de la Vía de Evitamiento pasaban por sobre nuestras cabezas como ráfagas mientras mi viejo aceleraba todo lo que podía para que este hijo suyo, que se había quedado en la casa viendo el mundial de fútbol con él, llegara lo menos tarde posible al trabajo. Nuestra veloz marcha fue interrumpida por una fila interminable de camiones que bloqueaba dos de los tres carriles de la vía. Inútilmente mi viejo intentó pasar a los camiones por el carril de la derecha. Se lo impedía una jauría de combis que se peleaban, rabiosas, por los pasajeros que caminaban por la mera autopista. Antes que el infernal atolladero le provocara un infarto a mi refunfuñón progenitor, quien a la sazón ya estaba maldiciendo a los camioneros, a los choferes, cobradores y pasajeros de las combis, a los policías, al alcalde, al Presidente y a su gabinete completo y hasta a Pekerman por no ponerlo a Messi, encendí la radio. La emisora tocaba una de esas canciones de las cuales no conozco el nombre, pero cuya letra me sé de principio a fin. Esas canciones viejas que odiaba de niño porque eran las que me anunciaban en las mañanas que ya mi viejo se había despertado y que en minutos me sacaría de la cama para alistarme y llevarme al colegio junto a mis hermanos. Esas canciones que sin darme cuenta fueron quedándose en algún lugar indeleble de mi memoria y que me llevan a las mañanas del insufrible jugo de betarraga con naranja, del agua fría de la ducha, del rostro siempre apurado de mi mamá planchando los uniformes antes de irse a trabajar, de las interminables batallas de mi viejo para despertar a mis hermanos, de buscar el zapato, la correa o la insignia perdida, del pan caliente con chicharrón de prensa y la leche con nata, de las tareas a última hora, del sol furtivo de propina, de la lonchera de He-Man, de limpiarme el lápiz labial del beso de despedida de mamá, de la mano de mi viejo para cruzar la pista, del “cuida a tus hermanos”, del “ya regreso”, del verlo tantas veces yéndose y tantas veces volviendo, llevándonos a la casa y empezando de nuevo al día siguiente. Y más todavía. Gracias, viejo, por llevarme ese día y todos los demás.